13/6/10

Museo del Alabado




La elaboración de objetos era una actividad espiritual pues significaba representar la fuerza vital y los mundos paralelos con el objetivo de satisfacer a los ancestros y los espíritus al ofrendar las piezas. El artista era una persona de saberes: poseía el saber esotérico de las formas, las imágenes y las representaciones, y conocía todas las técnicas. La creatividad no dejó de manifestarse entre los artistas de las sociedades antiguas; así, la historia del arte cerámico ecuatoriano revela un proceso que generó objetos cada vez más complejos desde un punto de vista técnico, pero que respondían a diferentes estilos.


Los ancestros fueron representados como seres verticales cuyos pies se encontraban en un mundo y sus cabezas en otro; como conductos de fuerza vital. A veces, estas representaciones tienen características humanas o animales, pero de ningún modo son seres naturales. En tiempos originarios, estos primeros seres míticos emergieron a la superficie de la tierra. Para conmemorarlos, los artistas del pasado los plasmaron en pilares de piedra: plantaban el extremo puntiagudo en la tierra para representar el momento en que surgieron del centro del cosmos y aparecieron en nuestro mundo.
Cuando el mundo de en medio, poblado por seres humanos, animales, plantas y minerales, fue creado, el hombre empezó a sentir cierta inseguridad con respecto a la fertilidad, razón por la cual desarrolló diversos rituales que la promovían y fabricó gran cantidad de objetos que la evocaban. Según el pensamiento indígena, los sacrificios de sangre o semen fueron efectivos en la promoción del flujo de fuerza vital en el sistema cósmico. Las piezas de esta sala remiten a la obsesión sobre la continuación de la vida; se relacionan con las fuerzas creadoras, la concepción, el nacimiento y la perpetuación de la vida.

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